Primeros pasos: pedir consejo y presupuestos

Una de las primeras cosas que hice tras asumir que el palo del barco estaba roto fue pedir consejo en algún foro náutico. El texto que escribí era el siguiente:

Me encuentro en un estado de depre total. El pasado día 13 rompí el palo del barco y ahora tengo dos palos de 4 mts. con el punto de rotura todo retorcido y un enrollador que tampoco sirve para nada. Por suerte, pude salvar génova, mayor, dirzas, etc.  

Ahora tengo que tomar una decisión: dado que soy un armador perrillas, si aparezco en casa con un presupuesto de nuevo palo de entre 2000 y 3000 euros mi mujer me echa de casa. En estos momentos no me viene bien comprar un palo (tenemos obras pendientes en casa) Por esto os pido consejo: ¿qué hago? 
  1. Vender lo que me queda: motor, casco, velas, emisora, piloto automático, etc. por separado o conjuntamente para recuperar la mayor cantidad de dinero posible con vistas a hacerme con otro barco. 
  2. Sacar el barco, llevarlo a la finca de casa y currarme un pelado de casco y un “maqueado” del barco completo mientras ahorro para un palo nuevo 
Si a alguno se os ocurre alguna otra opción por favor: ¡ilustradme!
Tras esto el segundo paso fue pedir un presupuesto de un palo nuevo, cosa que hice a dos empresas diferentes: Eromar (que distribulle Z-Spars) y Cadenote (distribuidor de Selden para Galicia). Los presupuestos tardaron un poco, y he de decir que fueron de lo más desalentador: uno de 2800 más IVA y el otro de 3600 más IVA.
He de decir que ambos presupuestos incluían jarcia, drizas, enrollador, tangón, botavara, etc. por lo que dichos precios podrían bajarse bastante. Aunque si el estay del barco que hice a principios de verano me costó 23 euros en Jesús Betanzos en Vigo, y sabiendo que el Puma 23 lleva un Estay, un Baby-Estay, 2 obenques, 2 obenquillos, y un backstay, no entiendo cómo pueden pedir 700 euros más IVA por todo el conjunto, 23×7 a mi me da 161. (Si pregunto seguro que me dicen “es que está hecho de inox del bueno”).
En fin, no tardaron en llegar las respuestas a mi petición de consejo, y me maravilló la camaradería que todos los que contestaron me brindaron. Pero lo que más me gustó fue la idea de la posibilidad de soldarlo. No sabía que esa fuera una opción, así que empecé a considerarla, pero esa es otra historia.

Fin del relato de la “desfeita”

Seguimos con el relato de la “desfeita” del pasado 13 de Agosto: 
La verdad es que entrar en puerto con  un barco en cuya cubierta están tirados tanto palo, como velas como jarcia “como Dios te dio a entender” es una de las sensaciones más frustrantes que he sufrido en mi vida. La verdad es que entraba en puerto bastante jodido, con ganas de llegar a casa lo antes posible, dándole vueltas al posible futuro del barco cuando me di cuenta de que aún faltaba recoger todo y dejarlo más o menos presentable. No podía atracar en la plaza de amarre recoger e irme para casa. ¿Por qué? Pues porque el barco navegaba con unos 2 metros y medio de palo saliendo por popa en diagonal al espejo de popa, por lo que era inviable ir directamente a la plaza de amarre. 
Cuando nos acercamos a la bocana avisamos por radio al puerto para comunicar que queríamos atracar temporalmente en la cabecera de uno de los pantalanes, con el fin de allí poder “desescombrar todo” antes de llevar el plazo a su amarre definitivo.
Primero de todo soltamos toda la jarcia de cubierta y todas las drizas. Lo primero en ir a tierra fue el enrollador, cuyo perfil inferior (el que encaja en el tambor y transmite el giro) había roto en el perfil en el que se enrolla la vela. Por suerte el génova estaba intacto, así que lo desenrollamos y lo doblamos para que no estorbara.
Sacar el palo fue más complicado, pues tenía la mayor puesta y en la zona donde había doblado el palo, la relinga estaba deformada de manera que atrapaba la vela sin dar opción a sacarla. Tras mucho intentarlo, no nos quedó más opción que usar una radial para cortar la parte que bloqueaba la vela y poder sacarla. Me ayudó a hacerlo unos tíos estupendos que acababan de atracar. La relinga de la mayor sufrió un pequeño desperfecto, pero no les culpo en absoluto, yo lo hubiese hecho peor, y en cualquier caso no es nada que en la Velería Nordés no puedan reparar sin dificultad.
Finalmente conseguimos sacar la vela, y Lucho, el patrón del otro barco que estaba con nosotros en Beluso llegó para echarnos una mano. Tanto Cristina, como Laura y como Gloria fueron de una inestimable ayuda a la hora de recoger todo; pusieron todo lo que pudieron de su parte todo, dentro de los “estándares” de la náutica de recreo, salvo los ovillos de drizas que hizo Laura para adujarlas, que debo confesar que no he deshecho aún porque me encantan, .
Finalmente el barco fue para su plaza de amarre, el palo y el enrollador fueron asegurados sobre cubierta y pudimos irnos para casa, en mi caso, con la cabeza muy baja.

Efímera felicidad

Tras varias semanas de reparaciones, el Peregrina estaba listo para salir a navegar de nuevo. Eran muchas las personas que me habían preguntado acerca de cuando los iba a sacar a dar una vuelta en el barco, así que para el primer día tiré de orden de petición. Venían conmigo mi hermana Cris y dos amigas más: Laura y Gloria. Salimos de Portonovo con idea de ir hasta Beluso, pasar una jornada tranquila y volver a media tarde pues se iba a levantar viento.
Nada más salir por la bocana izé la mayor, soplaba una ligera brisa del oeste, por lo que el génova nos permitiría descuartelar hasta llegar a Beluso. Me fijé muy mucho en el tope del palo al abrir el génova, y pude comprobar que el separador de driza en el tope del enrollador funcionaba correctamente.  La travesía era apacible, soplaban unos 8 nudos, y yo me sentía flotando de felicidad, la Peregrina navegaba de nuevo.
Al final cayó el viento y hubo que hacer el último cuarto del recorrido a motor, por lo que en algo menos de una hora estábamos en Beluso. Allí íbamos a amarrar al pantalán de cortesía, pero ya que estaba lleno, optamos por fondear por fuera del espigón y comer, darnos unos baños y tomar el sol. Al poco rato, llegó un amigo en otro barco que tenía alquilado con opción de compra durante todo el mes de agosto. Dado que su barco era de mayor eslora, 2 metros más, levanté el ancla y me abarloé al mismo echando de nuevo el ancla por proa.
A la vuelta, subí la mayor con dos rizos y abrí sólo un tercio del génova. Navegamos sin problemas durante media milla, antes del fatal acontecimiento. Un obenque bajo de babor rompió por la presilla que cierra la gaza que agarra al tensor: como resultado el palo se vino abajo y se salió de la pieza del pie del palo. Al entrar en el agua, hizo de freno y se dobló justo por debajo de la cruceta. Lo primero que pasó por mi mente fue esa frase que tanto me repitieron mientras estudiaba el PER. “Lo principal, es mantener la calma”. Por suerte, la arboladura cayó hacia estribor estando todos los tripulantes a babor y en la bañera, por lo que nadie sufrió ninguna herida.
Bajé la cola del motor, recogí con la mano todos los cabos y drizas que se podrían enredar en el mismo y puse rumbo a Beluso de nuevo para fondear y recoger toda la “desfeita”. La verdad es que navegar arrastrando la mitad de la jarcia con la mano es bastante jodido. Conseguimos llegar de nuevo a Beluso y echamos el ancla de nuevo, por lo menos estábamos seguros.
El paso siguiente era tratar de recoger todo y subirlo a bordo. Al ver el palo todo doblado ya me di cuenta de que no se podría arreglar fácilmente, aún así, había que tratar de recuperar todo subiéndolo a bordo. Solté todos los obenques, estays y backestay, pero el del enrollador no permitía subir el palo a bordo. Gloria se tiró al agua para mover el enrollador, la jarcia o incuso el palo para facilitarnos la tarea y Cris y Laura desde la cubierta tiraban del palo para que no se fuera al fondo. En aquel momento nos ofreció su ayuda un “dornero” que con ayuda de mi herramienta multiusos suiza serró el estay en el tope del enrollador. Tras eso pudimos subir todo a bordo: ¡habíamos salvado las velas! Pedí a las chicas que se metieran dentro de la cabina mientras yo aseguraba todo en cubierta y tras eso pusimos proa a Portonovo. Durante el camino de vuelta más de un barco se interesó por nosotros. La verdad es que esa camaradería en el mar me encanta.
Muchas veces ha pasado por mi mente la posibilidad de la rotura del palo, poniéndolo siempre como ejemplo de un caso en el que “me quedaría sin barco”, ya que es una reparación muy cara, y un gasto muy difícil de explicar si tenemos en cuenta el valor del barco. Durante todo el camino de vuelta no podía sacarme eso de la cabeza, la verdad es que fue un rato muy duro, un rato en el que sólo había que llevar la caña y te permitía darle vueltas a todo, para colmo se levantó un mar del NW de mil demonios, que hicieron la travesía muy incómoda. Faltaba llegar a puerto y desmontar todo, pero eso lo dejo para otro artículo.